jueves, 19 de junio de 2014

Libertad

Libertad, yo, dime libertad

Libertad!


Hay que joder con los canones

los hábitos y las costumbres,

hay que ser único en la muchedumbre,

hay que ser hombre o mujer según el caso,

hay que evolucionar crecer en cada paso.

Hay quien ejerce su derecho a las ataduras,

más para mi es obligación vivir sin mesura,

hay que perder las composturas,

y notar que la vida se nos sale por las costuras.


Sigue sin planes!

He dicho sigue sin planes,

que sólo te guíe el impulso de tus imanes,

que nada te frene,

no siempre se cumplen los refranes créeme,

dirige tu peli, resérvate el mejor papel,

súbete al tren de la libertad,

se la nieve que va al río y luego al mar,

se objetivo porque todo es relativo,

exceptuando que estas vivo.



Coge este tren que se te ofrece,

vete libre, vive, crece, sé tu jefe.


La vida sigue a pesar de las encuestas funestas,

camino con mis deudas a cuestas,

¿dónde estás?, amor, ¡contesta!,

protesta mi corazón pues no está en él la respuesta.

Apesta, el mundo da nauseas honestas, porque,

el capitalista no ha aprendido a restar,

¿y me molesta?, pues como no me va a molestar,

casi cambié mis ideales por los del bienestar.


Y aunque otros estén mal ¡a mi me da igual!


Ya de pequeño tuve una visión, dulce inocencia,

vivir con poco, y aún sigo en manos de la providencia,

un lobo loco, trataba de entender el mundo,

contradicciones son, síntomas de inteligencia.

Mirando al cielo, nacen miles de preguntas,

y yo en el suelo siento que las hago todas juntas.

No hay nada cierto, y así es normal que te confundas,

me dijo un ciego, y tenía razones profundas.

Si quieres cambiar algo, cambia tú,

me dijo, paz en el mundo, no sin paz de espíritu.

Ocúpate de tu persona, se tu propio maestro,

cree en ti hermano, duda del resto!


Coge este tren que se te ofrece,

vete libre, vive, crece, sé tu jefe.


Enséñame a desaprender,

a como se deshacen las cosas.


Libertad, yo, dime libertad


Kase O

Entrada correspondiente a enero 2014. Propósitos.

Diez días han transcurrido ya del  nuevo año,  y esta mañana cuando cogí mi bolso gris para ir al trabajo, al meter las llaves de casa, ¡oh, sorpresa! encontré un papel todo arrugado que justo iba a tirar a la papelera cuando alcance a leer "Propósitos de año nuevo". ¡Mierda! ¿Por qué  tenía que aparecer para recordarme que no he hecho nada de lo que hay escrito? ¿no se supone que sólo son una especie de tradición que la gente hace para no sentirse culpable por el hecho de no querer mejorar o por sí acaso al ponerlos en letra y papel surgiera una especie de magia que los hiciera realidad?

El caso es que estoy aquí sentada revisando la lista, que al parecer no es sólo la misma del año anterior, sino que es la misma de siempre, de toda la vida desde que soy persona con uso de razón.

Y mis enemigos para cumplir los propósitos también son los mismos: la supuesta falta de tiempo, la perseverancia y determinación, la pereza, y el peor de todos la fuerza de voluntad, ¿dios, por qué me has dotado de tan poca o más bien ninguna? ¿Dónde se compra la fuerza de voluntad? Deberían de venderla en cápsulas o en tarros de crema para untar por todo el cuerpo.

He llegado a la conclusión de que la palabra propósitos es la que me hace perder la fe, tantos años usándola sin resultados me hace sentir una sensación de pesadez. Así que comienzo a reescribir mi lista con el título "Propuestas para mejorar mi vida", de alguna manera me hace sentir más cómoda.

Mientras escribo siento que una ola de optimismo sube por mis pies hasta tocar mi cerebro y ahora lo veo claro: si mi fuerza de voluntad es débil, tengo una actitud positiva que me ayudará a alimentarla. Ya bien dicen por ahí "querer es poder" y yo revisando la lista si hay cosas que de verdad quiero, entonces decido cambiar la perspectiva y en lugar de enfrentarme a cumplir estos objetivos con pesimismo decido auto convencerme de que es por mi bien y cierro los ojos pensando en lo bien que me veo y siento con todo esto cumplido.

Ahora ya tengo las armas que necesito para vencer y cuando la pereza venga a visitarme volveré a cerrar los ojos y me veré triunfando, pues no hay mayor éxito que ser dueño de uno mismo.

Revista de Sanchinarro.

lunes, 16 de junio de 2014

Cómo decirte, cómo contarte...

Los chavales que te besaban
Nunca se llamaban Alain Delon,
La vida era un pez dormido,
El estribillo insípido de un Rock and Roll.
Así que un buen día dijiste,
Olvidadme, y a Madrid haciendo auto stop,
Con un proyecto en la piel
Y escrita en un papel, mi nueva dirección.
Buscando el tiempo perdido,
Te has ido acostando con media ciudad
Pero el gran amor no deshizo tu cama
Y te aburriste de promiscuidad.
Cada noche un rollo nuevo,
Ayer el yoga, el tarot, la meditación,
Hoy el alcohol y la droga,
Mañana el aerobic y la reencarnación.
Cómo decirte,
Que el cielo esta en el suelo
Que el bien es el espejo del mal,
Cómo contarte,
Que al tren del desconsuelo,
Si subes no es tan fácil bajar.
Cómo decirte,
Que el cuerpo está en el alma,
Que Dios le paga un sueldo a Satán,
Cómo contarte,
Que nadie va a ayudarte
Si no te ayudas tú un poco más.
Qué consejos voy a darte yo
Que ni siquiera se cuidar de mí
Tengo ya tan ocupado el corazón
No queda sitio para ti.
Un amigo me ha contado,
Que el martes pasado te escuchó gritar,
En medio del supermercado,
Quién me vende un poco de autenticidad.
Mañana te vuelves a casa,
Sin pena ni gloria ni príncipe azul
Y contarás tu aventura
Como una locura de la juventud.
Pero no te engañes pensando
Que el redil de vuelta va a seguir igual,
El alquitrán del camino
Embriaga más que el suave vino del hogar.
Cómo decirte,
Que el cielo esta en el suelo
Que el bien es el espejo del mal,
Cómo contarte,
Que al tren del desconsuelo,
Si subes no es tan fácil bajar.
Cómo decirte,
Que el cuerpo está en el alma,
Que Dios le paga un sueldo a Satán,
Cómo contarte,
Que nadie va a ayudarte
Si no te ayudas tú un poco más.

Joaquín Sabina

viernes, 9 de mayo de 2014

Hay que ser realmente idiota para...

 
Puede que la palabra idiota sea demasiado rotunda, pero prefiero ponerla de entrada y calentita sobre el plato aunque los amigos la crean exagerada, en vez de emplear cualquier otra como tonto, lelo o retardado y que después los mismos amigos opinen que uno se ha quedado corto. En realidad no pasa nada grave pero ser idiota lo pone a uno completamente aparte, y aunque tiene sus cosas buenas es evidente que de a ratos hay como una nostalgia, un deseo de cruzar a la vereda de enfrente donde amigos y parientes están reunidos en una misma inteligencia y comprensión, y frotarse un poco contra ellos para sentir que no hay diferencia apreciable y que todo va benissimo. Lo triste es que todo va malissimo cuando uno es idiota, por ejemplo en el teatro, yo voy al teatro con mi mujer y algún amigo, hay un espectáculo de mimos checos o de bailarines tailandeses y es seguro que apenas empiece la función voy a encontrar que todo es una maravilla. Me divierto o me conmuevo enormemente, los diálogos o los gestos o las danzas me llegan como visiones sobrenaturales, aplaudo hasta romperme las manos y a veces me lloran los ojos o me río hasta el borde del pis, y en todo caso me alegro de vivir y de haber tenido la suerte de ir esa noche al teatro o al cine o a una exposición de cuadros, a cualquier sitio donde gentes extraordinarias están haciendo o mostrando cosas que jamás se habían imaginado antes, inventando un lugar de revelación y de encuentro, algo que lava de los momentos en que no ocurre nada más que lo que ocurre todo el tiempo. Y así estoy deslumbrado y tan contento que cuando llega el intervalo me levanto entusiasmado y sigo aplaudiendo a los actores, y le digo a mi mujer que los mimos checos son una maravilla y que la escena en que el pescador echa el anzuelo y se ve avanzar un pez fosforecente a media altura es absolutamente inaudita. Mi mujer también se ha divertido y ha aplaudido, pero de pronto me doy cuenta (ese instante tiene algo de herida, de agujero ronco y húmedo) que su diversión y sus aplausos no han sido como los míos, y además casi siempre hay con nosotros algún amigo que también se ha divertido y ha aplaudido pero nunca como yo, y también me doy cuenta de que está diciendo con suma sensatez e inteligencia que el espectáculo es bonito y que los actores no son malos, pero que desde luego no hay gran originalidad en las ideas, sin contar que los colores de los trajes son mediocres y la puesta en escena bastante adocenada y cosas y cosas. Cuando mi mujer o mi amigo dicen eso --lo dicen amablemente, sin ninguna agresividad-- yo comprendo que soy idiota, pero lo malo es que uno se ha olvidado cada vez que lo maravilla algo que pasa, de modo que la caída repentina en la idiotez le llega como al corcho que se ha pasado años en el sótano acompañando al vino de la botella y de golpe plop y un tirón y no es mas que corcho. Me gustaría defender a los mimos checos o a los bailarines tailandeses, porque me han parecido admirables y he sido tan feliz con ellos que las palabras inteligentes y sensatas de mis amigos o de mi mujer me duelen como por debajo de las uñas, y eso que comprendo perfectamente cuánta razón tienen y cómo el espectáculo no ha de ser tan bueno como a mí me parecía (pero en realidad a mí no me parecía que fuese bueno ni malo ni nada, sencillamente estaba transportado por lo que ocurría como idiota que soy, y me bastaba para salirme y andar por ahí donde me gusta andar cada vez que puedo, y puedo tan poco). Y jamás se me ocurriría discutir con mi mujer o con mis amigos porque sé que tienen razón y que en realidad han hecho muy bien en no dejarse ganar por el entusiasmo, puesto que los placeres de la inteligencia y la sensibilidad deben nacer de un juicio ponderado y sobre todo de una actitud comparativa, basarse como dijo Epicteto en lo que ya se conoce para juzgar lo que se acaba de conocer, pues eso y no otra cosa es la cultura y la sofrosine. De ninguna manera pretendo discutir con ellos y a lo sumo me limito a alejarme unos metros para no escuchar el resto de las comparaciones y los juicios, mientras trato de retener todavía las últimas imágenes del pez fosforescente que flotaba en mitad del escenario, aunque ahora mi recuerdo se ve inevitablemente modificado por las críticas inteligentísimas que acabo de escuchar y no me queda más remedio que admitir la mediocridad de lo que he visto y que sólo me ha entusiasmado porque acepto cualquier cosa que tenga colores y formas un poco diferentes. Recaigo en la conciencia de que soy idiota, de que cualquier cosa basta para alegrarme de la cuadriculada vida, y entonces el recuerdo de lo que he amado y gozado esa noche se enturbia y se vuelve cómplice, la obra de otros idiotas que han estado pescando o bailando mal, con trajes y coreografías mediocres, y casi es un consuelo pero un consuelo siniestro el que seamos tantos los idiotas que esa noche se han dado cita en esa sala para bailar y pescar y aplaudir. Lo peor es que a los dos días abro el diario y leo la crítica del espectáculo, y la crítica coincide casi siempre y hasta con las mismas palabras con o que tan sensata e inteligentemente han visto y dicho mi mujer o mis amigos. Ahora estoy seguro de que no ser idiota es una de las cosas más importantes para la vida de un hombre, hasta que poco a poco me vaya olvidando, porque lo peor es que al final me olvido, por ejemplo acabo de ver un pato que nadaba en uno de los lagos del Bois de Boulogne, y era de una hermosura tan maravillosa que no pude menos que ponerme en cuclillas junto al lago y quedarme no sé cuánto tiempo mirando su hermosura, la alegría petulante de sus ojos, esa doble línea delicada que corta su pecho en el agua del lago y que se va abriendo hasta perderse en la distancia. Mi entusiasmo no nace solamente del pato, es algo que el pato cuaja de golpe, porque a veces puede ser una hoja seca que se balancea en el borde de un banco, o una grúa anaranjada, enormísima y delicada contra el cielo azul de la tarde, o el olor de un vagón de tren cuando uno entra y se tiene un billete para un viaje de tantas horas y todo va a ir sucediendo prodigiosamente, el sándwich de jamón, los botones para encender o apagar la luz (una blanca y otra violeta), la ventilación regulable, todo eso me parece tan hermoso y casi tan imposible que tenerlo ahí a mi alcance me llena de una especie de sauce interior, de una verde lluvia de delicia que no debería terminar más. Pero muchos me han dicho que mi entusiasmo es una prueba de inmadurez (quieren decir que soy idiota, pero eligen las palabras) y que no es posible entusiasmarse así por una tela de araña que brilla al sol, puesto que si uno incurre en semejantes excesos por una tela de araña llena de rocío, ¿qué va a dejar para la noche en que den King Lear? A mí eso me sorprende un poco, porque en realidad el entusiasmo no es una cosa que se gaste cuando uno es realmente idiota, se gasta cuando uno es inteligente y tiene sentido de los valores y de la historicidad de las cosas, y por eso aunque yo corra de un lado a otro del Bois de Boulogne para ver mejor el pato, eso no me impedirá esa misma noche dar enormes saltos de entusiasmo si me gusta como canta Fischer Dieskau. Ahora que lo pienso la idiotez debe ser eso: poder entusiasmarse todo el tiempo por cualquier cosa que a uno le guste, sin que un dibujito en una pared tenga que verse menoscabado por el recuerdo de los frescos de Giotto en Padua. La idiotez debe ser una especie de presencia y recomienzo constante: ahora me gusta esta piedrita amarilla, ahora me gusta "L'année dernière à Marienbad", ahora me gustas tú, ratita, ahora me gusta esa increíble locomotora bufando en la Gare de Lyon, ahora me gusta ese cartel arrancado y sucio. Ahora me gusta, me gusta tanto, ahora soy yo, reincidentemente yo, el idiota perfecto en su idiotez que no sabe que es idiota y goza perdido en su goce, hasta que la primera frase inteligente lo devuelva a la conciencia de su idiotez y lo haga buscar presuroso un cigarrillo con manos torpes, mirando al suelo, comprendiendo y a veces aceptando porque también un idiota tiene que vivir, claro que hasta otro pato u otro cartel, y así siempre.
Hace años que me doy cuenta y no me importa, pero nunca se me ocurrió escribirlo porque la idiotez me parece un tema muy desagradable, especialmente si es el idiota quien lo expone.

Julio Cortázar