lunes, 8 de marzo de 2010

En un hotel de Mil Estrellas



Abrió ligeramente los ojos y se los tapó rápidamente con la manta. Ese día había salido el sol en aquella ciudad lluviosa y no estaba acostumbrado a despertarse con un rayo de luz entrando por la ventana.
Era ya la una del mediodía, pero no tenía ninguna prisa. Se sentía tranquilo por encontrarse en esa habitación normalmente sombría y ahora luminosa, en la que había pasado el último mes. No le molestaban los ronquidos ni las voces de los viajeros que se levantaban a las 6 de la mañana para continuar su viaje.

Se paró a recordar su último año vivido en aquel hotel de mil estrellas, en el que tenía tantos recuerdos buenos, como malos.
Por las mañanas, recogía todas sus pertenencias, que consistían en una bolsa grande de deporte y una mochila mugrienta que llevaba colgada a la espalda, y salía del portal situado en los suburbios de Dublín, donde ya se había asentado. Se dirigía a las calles concurridas del centro, donde no por una gran bondad de la gente, sino por la gran cantidad de personas por minuto, conseguía sacar algo de dinero para pasar el día.

Buscó una moneda suelta en su bolsillo y entró en la cabina de teléfono. Marcó el teléfono de su casa y una vez más nadie le respondió. Pensó que habrían cambiado el número de teléfono y que no querían saber nada más de él

Al pasar por la calle Low Gardiner, saludó con la mano a su compañero William, que también era de Belfast como él, pero éste le respondió con una mirada seria. Supuso que no estaba siendo un buen día para él, y continuó caminando hasta el final de la pasarela peatonal del río Liffey, donde dejó sus cosas y a continuación se sentó.
Allí se entretuvo observando a los transeúntes y escuchando los fragmentos de conversaciones en diferentes idiomas, que no tenían ningún sentido para él. Después se cansó y su miraba se fijó en la pared de enfrente y sólo veía piernas y oía voces que ya no llamaban su atención.

Allí esperaba a que el sol terminara su recorrido por el cielo para ocultarse bajo los edificios y dar lugar a una fría noche en la se reuniría con algunos compañeros en el parque para abrir su brick de vino y compartir sus desvaríos.

Ahora era distinto, tenía un nuevo hogar, no le importaba no tener intimidad alguna.
Allí había encontrado mucha gente que creía carente de prejuicios, pero cuando se desinhibía y comenzaba a hablar sobre su pasado, misteriosamente desaparecían y no volvía a saber de ellos.

Se decidió a levantarse por fin y tropezando con las maletas y todos los trastos que había en la habitación, se dirigió a la cocina y abrió el armario de comida para compartir, de donde cogió unas tostadas y se sentó en aquella mesa alargada, donde se entretuvo leyendo un periódico que alguien se había dejado olvidado.
Vio que un bulto se acercaba lentamente por el largo pasillo y levantó la vista del periódico. Era Emily, una señora mayor inglesa, con pelo blanco y unos pequeños ojillos azules, que residía con él en la última planta y se dedicaba a escribir novelas en una mesita junto a la ventana.

-¿Quiere que le ayude a subir las bolsas? Preguntó él.
-Si fueras tan amable -Contestó ella agradecidamente.
-Parece que por fin ha salido el sol esta mañana ¿no?
-Sí, eso parece, aunque al fin y al cabo, esta ciudad lluviosa no está tan mal.

1 comentario: